domingo, 1 de marzo de 2015

En tierra de ciegos.


En tierra de obesos, el llenito es modelo de pasarela y el flaco atleta. En el país con más obesos del mundo, donde la mayoría de las personas padecen algún grado de sobrepeso u obesidad, ver personas obesas es común y rápidamente nos acostumbramos a ello. Es por esto que ver a una persona en su peso normal puede dar la impresión de tenerse enfrente a un atleta o a una persona desnutrida.
En el mismo país puede ser que una persona que se sabe con sobrepeso, al comentarlo, sea confrontado o al menos cuestionado: ¿estás seguro? ¡No lo puedo creer, yo te veo bien! Es obvio: al estar acostumbrados a ver muchas personas obesas, empezamos a pensar que esta es nuestra condición normal, y saludable.
Ser obeso es una enfermedad pero no es fácil de identificar; generalmente pensamos en la obesidad como sinónimo de gordura. El problema es que nuestro cuerpo se adapta a las actividades que realizamos. Por ello sería más útil ver las actividades de las personas que su silueta.
Por ejemplo, dos atletas profesionales, un corredor de fondo y un lanzador de martillo, tienen siluetas totalmente diferentes pero ambos están completamente sanos. Esto se debe a que sus cuerpos se adaptan a las actividades que desarrollan. Sin embargo, si vemos a los dos caminando por la calle, podemos llegar a la conclusión de que el primero está anémico y el segundo obeso.
Para determinar si una persona tiene obesidad es necesario hacer un estudio clínico. Pero en el afán de facilitar el trabajo los médicos cometieron un error: desarrollaron un indicador muy fácil de calcular. El índice de masa corporal requiere que se mida la estatura y el peso de la persona y con dos operaciones se tiene un número: se consulta un cuadro y se tiene una orientación de su estado. El problema es que esas mediciones y cuentas cualquiera puede hacerlas y entonces ven el indicador aislado como el resultado definitivo de un estudio clínico.
Personalmente me han hecho comentarios de admiración sobre la actividad que desarrollo en bicicleta. La actividad consiste en recorrer seis kilómetros de mi casa al trabajo, subiendo ciento sesenta metros de desnivel. Por la tarde realizo el mismo recorrido de regreso. Esta actividad ha sido motivo de que se me compare con Lance Armstrong, el más famoso ciclista de estos años. Es halagador, pero no se puede comparar doce kilómetros diarios con las etapas de 180 kilómetros del Tour de Francia. Sin embargo, en un país de obesos, recorrer seis kilómetros diarios en bicicleta puede ser motivo de admiración de los conocidos. En este caso, la percepción sobre nuestro cuerpo es influenciada nuevamente por el entorno: en un país donde la mayoría no hace ejercicio se considera deportista a quien lo hace un poco.
Y esto último puede ser un problema grave. Una persona que haga un poco de ejercicio y por los comentarios de sus conocidos crea que es un deportista, puede llegar a considerar participar en competencias sin entrenamiento y sin considerar las dolencias de su cuerpo. Puede llegar a sufrir lesiones o simplemente a sufrir una fractura de ego por llegar en último lugar en una carrera que él consideraba fácil de ganar.
Todo esto hace difícil practicar ejercicio: primero porque se trata de una decisión personal pero sobre todo, porque es necesario sonreír a las opiniones de los demás sin tomarlas en serio. Es una actividad que se debe afrontar solo, al menos hasta que se encuentra un grupo de personas que tienen similar capacidad de ejercitarse y comparten el gusto por el mismo deporte. En ese caso se pueden dejar de lado las opiniones de quienes no pertenecen al grupo.
Escrito el 23 de Febrero de 2014.

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