sábado, 21 de noviembre de 2015

El mejor viaje.

El viaje perfecto sería aquel instantáneo y gratuito. Si se pudiera viajar así, tendríamos resueltos muchos problemas en la sociedad; lamentablemente eso es una utopía.
Sin embargo, podemos elegir entre distintos medios de transporte con esos criterios: el menor tiempo y el menor costo. No se puede tener una opinión generalizada, porque a veces es el dinero lo prioritario: conviene ahorrar. En otras ocasiones, el tiempo define todo: se requiere llegar rápido. Pero pensando en aquellas ocasiones en que ambos sean igual de importantes, podemos comparar entre medios de transporte definiendo como mejor aquél que utilice menos tiempo y requiera menos dinero.
En esa situación me he encontrado frecuentemente: entre decidir ir a la oficina en bicicleta y utilizar el transporte urbano. Es necesario señalar que en este caso también se debe valorar el esfuerzo físico de pedalear y las ganas de permanecer sentado en el camión durante el trayecto. Esto dependerá de cada persona.
Si entre la casa y la oficina hay seis kilómetros y en bicicleta tardo veinte minutos mientras que en camión son treinta y cinco, y el mantenimiento de la bicicleta cuesta cuatro pesos con cincuenta centavos por día aproximadamente mientras que el costo del transporte es de siete pesos por cada viaje (catorce pesos al día), la conclusión es clara: es mejor la bicicleta. Llego quince minutos antes y gasto nueve pesos con cincuenta centavos menos. Pero si el trayecto es de veinticinco kilómetros, tardando en bicicleta una hora quince minutos y en camión una hora y media, con el mismo costo de mantenimiento de la bicicleta, y mientras que el transporte urbano es de ochenta y seis pesos diarios, aunque los números sigan favoreciendo el ejercicio, algo hace que las personas se asombren. Ya no se trata sólo de tiempo y dinero, sino trata del esfuerzo, del peligro o de algo más. Pero las cuentas, sin haber cambiado, ya no gustan.
Eso es un límite que puede ser físico por la distancia recorrida; pero también se puede pensar en uno mental, en que no se atreven a intentar lo posible y se prefiere actuar sobre lo conocido. Es obvio que no se puede pedir a cualquier persona que recorra veinticinco kilómetros en bicicleta, superando el tiempo de recorrido de un autobús, de la noche a la mañana. Pero no se trata de hacerlo de un día para otro: si se practica durante suficientes semanas, se podrá hacer el recorrido sin problemas; pero la mayoría de las personas que conozco no quieren practicar, no quieren asumir la constancia de la práctica continua.
Esto tiene consecuencias más allá de pagar el costo del transporte: cada vez que nos quejamos del tránsito lento y pesado, de la contaminación del aire o del costo de la gasolina, no vemos que nuestra constancia es el factor limitante para evitar todos esos inconvenientes. Ya he mencionado que la ventaja de los transportes públicos es la generación de empleo y, entonces, nuestra falta de constancia puede ser buena para la economía. Pero me llama la atención el asombro de las personas cuando se les dice que recorrer distancias grandes en bicicleta es factible.
También es necesario reconocer que un trayecto largo en bicicleta conlleva posibles problemas: una ponchadura, la ruptura de un chicote, una caída. Si no se puede recibir auxilio durante el trayecto, sólo queda que la persona esté dispuesta a salir de la situación por sus propios medios. ¿No fue así cómo evolucionamos? ¿Enfrentándonos a problemas y eventualidades? Se podría pensar que estamos capacitados para ello.
Pero la mayoría de las personas no se convencen y prefieren seguir en el transporte público o particular. Tal vez esa sea la solución segura y cómoda cuando pensamos como individuos, pero si pensáramos como miembros de una especie, ¿debería ser otra la conclusión? Se tendría que valorar el papel de la economía en nuestra evolución.
Escrito el 8 de Febrero de 2015.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Promovamos el desarrollo sustentable.

La idea es simple: administremos los recursos para satisfacer nuestras necesidades sin comprometer que las generaciones futuras satisfagan las propias. Me surgen algunas preguntas: ¿cuáles serán la necesidades de las personas del futuro? ¿Cómo desearán satisfacerlas? ¿Qué recursos necesitarán para ello?
Podemos pensar en algunas necesidades obvias: comida, higiene, salud. Pero conocerlas no implica saber cómo serán satisfechas: las necesidades de salud actuales no eran ni siquiera sospechadas hace cincuenta años. ¿Cómo imaginar que un video juego podía deformar los dedos de los jugadores? ¿Cómo pensar en que la abundancia de medios de transporte y comida causarían obesidad?
Y quedan las nuevas necesidades: hace cincuenta años no se tenía idea alguna de la Internet ¿Cómo se hubiera pensado en dejarnos recursos para satisfacer nuestras necesidades de comunicación? Los abuelos hubieran pensado en heredarnos un montón de hojas blancas y muchos sobres y timbres postales. Nosotros, en contratar una conexión eterna a la Red para nuestra familia. Tan inutil una como otra.
Entonces, ¿cómo promovemos el desarrollo sustentable? Si no conocemos las necesidades del futuro, ¿qué hacemos? Parece que la tendencia es utilizar los recursos mínimos necesarios para nosotros y dejar los demás para el futuro. A falta de saber qué se va a necesitar, dejamos lo más que podemos. Y que se desata la polémica: ¿Cuánto es lo mínimo que necesitamos?
Para cualquiera que considere la rapidez, comodidad e independencia de movimiento como algo indispensable, los automóviles serán necesarios sin importar las necesidades de sus descendientes. Quien piense de otra forma, podrá considerar el uso de bicicletas o transporte público. Lo mismo para todo: comunicarse es una necesidad; pero para algunos cambiar de celular frecuentemente es parte de la comunicación. ¿Comer? Los alimentos que más recursos requieren para su producción son las carnes; no conozco muchas personas que estén dispuestas a dejar de comerlas para preservar los ecosistemas.
Y somos bastante tajantes, e inconscientes, en algunas cosas: si estamos acabando con los yacimientos de petróleo mundiales, nuestros descendientes jamás usarán combustibles fósiles. Podrán documentar cómo acabamos nosotros con el recurso y, tal vez, basados en los conocimientos que les dejemos, podrán tener otras formas de energía menos abundantes. Pero ingenieros petroleros no habrá muchos en los próximos siglos.
En nuestro descargo de conciencia, suponemos que los conocimientos que dejemos, el conocimiento científico que acrecentamos cada día, será suficiente para nuestros descendientes. El problema es que hoy poseemos el mayor cúmulo de conocimientos de la historia humana y, al mismo tiempo, el planeta más degradado. ¿Será suficiente el conocimiento científico? Porque, seamos claros: saber que vamos a morir y poder predecir cómo será, no nos hace inmortales. Existe la posibilidad de que nuestros descendientes vean cómo y por qué se van a extinguir sin poder evitarlo.
Entonces el desarrollo sustentable pasa por desconocer el desarrollo y las necesidades de nuestros descendientes y por la esperanza de que apretarnos el cinturón es suficiente. Es ahí donde empiezo a ver con interés a los gobiernos, a veces llamados represivos, que hacen a un lado el derecho de las personas a decidir sobre su futuro y empiezan a promulgar leyes contra su desarrollo o su libertad de decisión: es obvio que sólo por voluntad propia nadie se aprieta el cinturón lo suficiente.
Tal vez, y sólo tal vez, el desarrollo sustentable pase por un gobierno autoritario; donde el bienestar de personas que no han nacido sea igual de importante que el de la actual población.
Escrito el 2 de Febrero de 2015.

domingo, 1 de noviembre de 2015

El encanto de la ingeniería.

Ser ingeniero puede dar cierto encanto en las relaciones sociales. De entrada, parece que muchas personas creen que todos los ingenieros son personas bastante inteligentes; además es posible que también consideren que tienen ingresos altos comparados con el resto de las profesiones. O que pueden  conseguir un nuevo empleo rápidamente porque hacen cosas útiles y necesarias. Todo esto puede llevar a que se les tenga en alta estima social.
Pero, si hasta la basura se clasifica, las ingenierías no se quedan atrás: no todas tienen el mismo encanto. Por ejemplo, construir caminos no es admirado igual que el diseño de aviones. Así, un ingeniero civil no será tan admirado cómo un aeronáutico. No importa que el primero gane más dinero que el segundo o que enfrente problemas más complejos: todos saben cómo funciona un camino y sólo algunos cómo lo hace un avión.
Cuando se vive en una sociedad inundada de información sobre problemas de contaminación, un ingeniero ambiental se ve cubierto con un aura de salvador de la Madre Tierra. No importa que se dedique a analizar estadísticas y cambie de automóvil cada seis meses; para muchos está salvando el planeta. Si la misma sociedad tiene abundancia de información sobre problemas de energía, un ingeniero en materiales puede tener la misma aura. Pero hay niveles: un ingeniero que fabrique celdas solares puede gozar de mayor estima que un investigador sobre lo mismo: el primero hace algo tangible y vendible, el segundo hace algo, quien sabe qué, algo.
Tampoco es lo mismo dedicarse a diseñar que a dar mantenimiento. Los diseñadores son considerados gente creativa, cuyo límite es su propia imaginación. Los segundos pueden pasar por personas hábiles para hacer reparaciones. Entre ingenieros se puede saber que diseñar puede ser copiar ideas de otros y que el mantenimiento puede implicar memorizar varios planos y diagramas, además se conocer al detalle el fundamento físico y químico de los procesos que se realizan en la máquina. Lo segundo será más complejo que lo primero, pero eso es entre ingenieros: las personas no lo saben.
Ahora pensemos en la visibilidad de las áreas de trabajo: usemos como ejemplo el mantenimiento. Si el ingeniero se dedica a dar soporte técnico a computadoras en una empresa, posiblemente nadie se entere de la existencia de su trabajo hasta que algo falle. Y se enteraran dentro de la empresa, difícilmente fuera. No es lo mismo que los ingenieros que supervisan trabajos en las calles: tendido de cables, mantenimiento de ductos y otros. Estos son visibles, la población sabe que se hace algo. No en balde algunos gobiernos planean dichos trabajos durante las horas de mayor tránsito: se busca que las personas se enteren del trabajo realizado, aunque se pueda hacer de noche y sin ocasionar molestias.
Todo lo anterior conlleva diferentes interpretaciones cuando se trata de las relaciones sociales. Sobre todo cuando se es un ingeniero que cambia de área de trabajo con relativa frecuencia: se puede notar el cambio de trato de las personas si el profesional se involucra en áreas valoradas dejando atrás otras menos conocidas.
Obviamente, también interviene la apreciación del interlocutor: entre personas que valoran la riqueza, el ingeniero que efectué trabajos de en beneficio de poblaciones pobres no será tan bien recibido como aquel que sea gerente de una transnacional petrolera. Obviamente, sucede lo contrario cuando el interlocutor considera loable la distribución equitativa de la riqueza.
Lo único que puedo considerar una constante en todos los buenos ingenieros, es que son personas que ven los problemas y buscan las soluciones sin importar los interlocutores. Frecuentemente aprecio que los últimos sólo buscan platicar sus dilemas, no resolverlos, y ven interrumpido su discurso por una solución no solicitada. Esto puede llegar a romper todo el encanto.
Escrito el 2 de Febrero de 2015.