jueves, 21 de mayo de 2015

No hay mal que por bien no venga.

Al inicio de este siglo los ingenieros encargados de abastecer de agua a Guadalajara estaban alarmados: el Lago de Chapala se estaba secando. La segunda ciudad más grande del país se estaba quedando sin agua y las causas no eran claras: pocas lluvias y sobreexplotación eran causas de un fenómeno complejo y preocupante.
Sin embargo, los paleontologos de Guadalajara estaban de fiesta: cuando el Lago de Chapala dejó al descubierto una parte importante de su lecho, un lugareño encontró el esqueleto casi completo de un gonfoterio. Un antiguo pariente de los elefantes que murió hace 27,500 años a la orilla del Lago y que permaneció sumergido y semienterrado hasta la sequía del principio de siglo.
Mientras los ingenieros hacían estudio tras estudio: para determinar las causas de la sequía, para encontrar otras fuentes de agua, para hacer más eficiente el uso o para reciclar la existente, los paleontologos estaban igual: hacían estudio tras estudio: para desenterrar el esqueleto, para curarlo y evitar que se degradara, para clasificar todos los huesos, para buscar más restos, para construir un lugar adecuado para preservarlo y exhibirlo.
Para los ingenieros era una situación estresante, no sólo había menos agua: su calidad también empeoraba y los acuíferos también se veían afectados por la situación. Para los arqueólogos también: buscaban y rebuscaban más fósiles en el lecho que el Lago dejaba al descubierto antes de que se llenara de agua nuevamente.
Fue un tiempo que ambos grupos de especialistas recordarán por los cambios que se propiciaron: los ingenieros propusieron construir una presa en El Arsediano, en el Río Santiago, para no depender del Lago de Chapala. Los arqueólogos inauguraron el Museo de Paleontología de Guadalajara y dedicaron una sala al fósil recién encontrado.
Escrito el 6 de Junio de 2013.

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