miércoles, 1 de julio de 2015

La música clásica como indicador de inteligencia.

Ta, ta tán, ta tá ta ta ta tán... Quien diga que disfruta de la música clásica y no pueda decir quién es el autor de esta tonada, miente.
¡Ta, ta, ta, taán! Quien se declare conocedor de música clásica y no sepa el nombre de estas cuatro notas, también miente.
Muchas personas declaran que les gusta la música clásica pero no la escuchan con frecuencia; tampoco se documentan sobre ella y mucho menos la estudian. Entonces, ¿por qué dicen que les gusta?
Tengo la impresión de que proclaman el supuesto gusto por la idea, generalmente cierta, de que las personas inteligentes disfrutan y entienden la música clásica. Y en una sociedad que valora la inteligencia esta apariencia vital.
No deja de ser interesante: un acto social tiene las mismas características del mimetismo de algunas especies de plantas y animales para sobrevivir. A veces no son venenosos, pero imitan a otros que lo son para que nadie se meta con ellos.
Raras veces, un interlocutor es tan fastidioso como para exhibir al ignorante mimetizado. Bastaría hacerle algunas preguntas sobre la obra u autor para dejar claro ante la audiencia que no sabe tanto como pretende. Pero esto por lo general lleva a enfriar el ambiente de la reunión y, entonces se deja pasar el alarde de conocimiento en busca de un rato agradable con los amigos.
Sin embargo, siempre me ha llamado la atención la forma en que algunas personas terminan exhibiéndose a si mismas como desconocedoras de lo que dicen conocer: música clásica es una definición muy amplia, se refiere a aquella música que ha perdurado a través del tiempo sin importar ni el estilo, ni la complejidad de la composición, ni prácticamente nada de interés para la música. Sólo que perdure en el tiempo. O sea, los tamborazos para coordinarse durante la cacería en el Paleolitico, y actualmente utilizados en algunos estadios para motivar al equipo, son el clásico de los clásicos.
Pero esto no lo ve quien alardea de conocedor. Por ejemplo, frecuentemente estas personas pretenden que música clásica es cualquier composición instrumental: así como pueden distinguir que una de las diferencias entre la música actualmente popular y las sinfonías de Mozart es que las primeras tienen letra y las segundas no, así pretenden que cualquier composición instrumental es un clásico.
Sin embargo, estos son los novatos mimetizados porque en seguida se enteran de que la Novena de Beethoven tiene coros. Entonces empiezan a creer que se trata de música que se interpreta con orquesta. Al principio puede ser que le atinen con su apreciación, pero no siempre. Puede ser que Morricone termine siendo un clásico, pero necesitamos esperar al juicio del tiempo.
Otras veces, es la misma complejidad y calidad de las composiciones las que denotan la ignorancia: no es lo mismo que The Beatles tocara con orquesta a que cualquier grupo actual lo haga. La diferencia ya no es la orquesta, es la música como tal.
También pareciera que música clásica son composiciones europeas de los siglos XVII al XIX, lo cual deja fuera de cualquier consideración la música escrita en otro continente y otra época. O sea, la música hindú de principios del siglo X que se sigue interpretando en rituales religiosos no sería música clásica aunque tenga mil años de existencia.
En conclusión, tantas ambigüedades se dan por la pretensión de que escuchar música clásica puede ser indicador de algo tan complejo y ambiguo como la inteligencia. Ambigüedad en ambos lados: en la definición de la música y en la definición de la inteligencia.
Escrito el 29 de Junio de 2014.

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