miércoles, 31 de diciembre de 2014

¿Minimalismo o frugalidad? Parte II.

Los minimalistas, ya mencionados anteriormente, se enfocan mucho en decir que con su estilo de vida no se va a gastar dinero. Obvio, porque no se van a comprar tantas cosas, y lo que compres será barato porque estarán en un disco duro, a veces gratis por las descargas de internet y a veces con un costo reducido porque ni la persona ni la editorial tienen que imprimir.
Otro de sus argumentos es que entre menos cosas tengas, más ayudas al ambiente. Esto último, para la literatura, es cuestionable: la primera impresión es que tener muchos libros en un CD puede ser más ecológico, pues este último ocupa menos espacio, y porque el costo ecológico de la fabricación del CD es menor que el de la fabricación de los cientos de libros de papel que pueda contener. El gran problema aquí es que el CD como tal no se puede leer. Yo no puedo leer un CD; necesito que la computadora lo lea y proyecte el libro en la pantalla. Y entonces el problema es que la computadora sí tiene un costo ecológico mayor al de los libros. Más aún, la computadora la reemplazo cada tres o cuatro años, mientras que el libro lo puedo leer durante décadas.
Además, si de lo que se trata es de beneficiar el ambiente, un libro se puede prestar a muchas personas para su lectura. En cambio la computadora frecuentemente tiene información que no se desea que nadie más lea, de tal forma que no ando prestándosela a nadie.
Otra de las cosas que no consideran los promotores del minimalismo es que la computadora genera costos ambientales durante la fabricación (explotación de los recursos), durante el uso (consumo de electricidad) y durante el desecho (basura electrónica difícilmente reutilizable). En cambio el libro contamina durante la fabricación, no durante el uso. Y durante el desecho se puede reutilizar o reciclar.
En cuanto al cine y la música, desde que se empezó a vender discos, casetes y CDs para la reproducción doméstica fue necesario el aparato que leyera y llevara los sonidos a las bocinas o las imágenes a las pantallas. Se puede pensar que una computadora es más ecológica que los antiguos tornamesas y videocaseteras, pero queda una duda: ¿Cuántas computadoras tiene una persona en su vida? Si esto lo comparamos con el tornamesa que tuvieron nuestras abuelas durante toda su vida entonces la laptop no se ve tan verde ni tan ecológica.
Entonces, existen dos cuestiones diferentes dentro del movimiento minimalista: por un lado las cosas materiales que nunca van a dejar de ser así como la ropa, los muebles o las casas y por otro lado las cosas que pueden ser digitales. Las cosas digitales tienen el gran problema del cambio de computadora, de teléfono celular, de tablet, y eso es lo que las hace poco ecológicas.
Bien dice el dicho: no todo lo que brilla es oro.
Escrito el 19 de Mayo de 2013.

Nota al lector: este texto debió publicarse el 1 de enero de 2015, por problemas relacionados con la fecha se publicó un día antes.

¿Minimalismo o frugalidad? Parte I.

Existe un movimiento social llamado minimalismo, que no tiene que ver con el movimiento artístico de la pintura o la arquitectura, pero está inspirado en ellos.
Uno de los aspectos más fuertes de este movimiento minimalista tiene que ver con la ropa; con consumir menos, con cuidar la que se tiene, con comprar calidad y evitar estar comprando por temporada o por moda. Otro de sus aspectos son los muebles o el tipo de casa que promueven; de ahí sale la gran influencia que tiene la arquitectura minimalista en este movimiento. Se buscan hacer casas chicas con lo indispensable, sin ser ostentosas pero al mismo tiempo con buen gusto.
Las personas minimalistas, antes llamadas frugales, buscan vivir con pocas cosas. Lo interesante de esto es que se trata de vivir con lo mínimo necesario, resaltando la importancia de las vivencias por encima de las posesiones. Pero con el uso masivo de las computadoras y de los medios de almacenamiento de información, ha sucedido algo curioso: lo que antes era frugalidad en el sentido de tener pocas cosas, terminó siendo un cambio de formato: en vez de tener cien libros en papel ahora se tienen mil libros en un CD. Y como este último ocupa menos espacio que los libros, las personas consideran que son minimalistas, que viven con menos.
Esto es una falacia; finalmente, sí tengo muchos libros, pero los tengo en un formato que no ocupa espacio. Lo mismo ocurre con cualquier cosa que se pueda meter en un disco duro: películas, fotografías, textos, no importa si son libros de literatura o libros técnicos, ensayos científicos o filosóficos. Cuando los minimalistas se dedican a promover esta forma de vida pocas veces hacen la reflexión de que para lograrlo se necesita disciplina. Disciplina para saber distinguir entre lo importante y lo superficial, entre lo que se utilizará en el futuro y lo que se guarda sólo por no desprenderse de ello.
La disciplina es la que nos permite saber distinguir entre los buenos y los malos libros, entre aquéllos que nos agradan y aquéllos que simplemente están ocupando un espacio. Cuando se almacenan los libros en una computadora ya no es necesario hacer esta distinción entre libros buenos y malos. Se puede presumir la posesión de muchos libros aunque ello no quiera decir que todos son buenos, o que ya se leyeron todos, o que ya los comentamos todos. Una computadora permite acumular basura que antes se acumulaba en un librero; no se trata de que ya no tenga basura, se trata de que ya no tengo el librero.
Por lo anterior, creo que es necesario dar gracias a los minimalistas su deseo de nombre rimbombante y moderno; así se puede distinguir fácilmente entre el minimalista que guarda basura en un CD y el frugal que es selectivo con lo que guarda.
Escrito el 19 de Mayo de 2013.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Servicio de agua potable, aunque cueste

 Dios da el agua pero no la entuba. Con esta frase, un maestro en la universidad nos explicó el problema de cobrar el servicio de agua potable. Resulta que la gente quiere el agua, exige el agua, sabe que es un derecho tener agua potable en sus casas, pero es difícil hacerles entender que es necesario pagar por el servicio respectivo.
Es posible que se deba a un mal uso del idioma: un mal uso del sustantivo agua. Recuerdo al menos dos casos de ciudades, el de Xalapa y el de Querétaro, donde un acueducto sirvió para proveer de agua potable durante más de cien años a la población. En ambos casos el agua se obtenía de fuentes superficiales, manantiales o ríos, y era transportada por un acueducto. No era necesario utilizar bombas para transportarla porque la fuente estaba cerca de la ciudad; no era necesario potabilizarla porque no estaba contaminada, y no era necesario almacenarla porque había mucha agua potable respecto a la que se consumía. En esta situación se utilizó mal el sustantivo: la gente llamaba agua a lo que era agua potable.
Con el paso del tiempo la situación cambió. Ya no había tanta agua y entonces fue necesario almacenarla. Las fuentes superficiales se contaminaron; entonces fue necesario potabilizarla. Se necesitaba más agua; entonces fue necesario transportarla de lugares más lejanos. Tiempo después también fue necesario tratar el agua residual antes de descargarla al ambiente. Pero el sustantivo siguió siendo el mismo: agua.
Este cambio fue gradual, pero ha llevado a que lo que antes se llamaba agua ahora se debería llamar servicio de agua potable. Es decir, antes tú recibías materia, algo físico, tangible: agua. Ahora tú debes devolver esa agua; solo se te permite usarla. Se garantiza que va a tener una calidad aceptable para consumo humano cuando te la entreguen, pero no debes pensar que es tuya. Lo que antes era agua ahora es un servicio. Y la materia, el agua como tal, es algo que sólo pasa por tu casa satisfaciendo necesidades; no es algo físico que tú puedas aprovechar, que tú puedas usufructuar, que tú te puedas quedar con ella.
Es posible que la economía del lenguaje juegue en contra del pago del agua. Por ejemplo, nadie paga la luz, nadie cobra la luz. Sin embargo, toda la gente cada dos meses va a las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad a pagar el servicio de suministro eléctrico; toda la gente lo llama luz, “voy a pagar la luz”. Nadie está cobrando la luz. La luz es algo que se da todos los días, basta con que salga el sol. Sin embargo es más fácil decir “voy a pagar la luz” que decir “voy a pagar la electricidad”. Peor aún, “voy a pagar la luz” es mucho más fácil que decir “voy a pagar el servicio de suministro eléctrico”. Lo mismo pasa con el agua: es más fácil decir “voy a pagar el agua” que decir “voy a pagar el servicio de agua potable”.
A partir de este caso de economía del lenguaje es clara la confusión de las personas y su negativa al pago del servicio. Si el agua es gratuita, entonces no tengo que pagar por ella. Lo malo es que no se cobra el agua, se cobran los servicios de extraer, conducir, potabilizar, almacenar, distribuir, recolectar y tratar el agua.

Escrito el 18 de Agosto de 2013.