sábado, 31 de octubre de 2015

Educación ambiental.

Me decía un amigo que a su nieta de siete años la enseñan a no tirar basura en la escuela. El método consiste en no colocar botes para el efecto en el recinto escolar, y así los niños deberán llevarse los desechos de su comida a su casa. O bien, llevar la comida en recipientes que no se desechen.
Para él, preocupado por el ambiente, era importante que su nieta recibiera esta educación. Lamentablemente platicó conmigo. Lo primero que le comenté fue: “Si todos recordáramos lo que nos enseñan en la escuela, nadie cometería faltas de ortografía. Es más, muchos sabrían álgebra. La realidad es que todos olvidamos mucho de lo aprendido apenas egresamos”.
Pero, además, lo que se le enseña a la niña es a no tirar basura en la escuela. Eso es lo mismo que no tirarla en el comedor de mi casa porque mi madre me pone a trapear. Eso no es educación ambiental: lo que se necesita es no tener basura en ninguna parte, no solo en los lugares donde convivimos. La niña está recibiendo una buena educación cívica porque respetará, si no lo olvida, los lugares públicos. Pero educación ambiental es otra cosa.
Hace algún tiempo que aprendí a identificar hasta dónde existe el ambiente para las personas. Generalmente existe hasta donde llega su vista: una vez que la basura se va dentro de un camión recolector, desaparece de su ambiente. Lo mismo con cualquier otro problema de contaminación.
Las soluciones existen, sólo que no gustan. Por ejemplo, si tengo que llevar comida a la escuela o al trabajo, la forma de hacerlo sin generar basura consiste en imitar a nuestras abuelas: en un tiempo en el que no existían las bolsas y recipientes de plástico, todo se colocaba en recipientes durables dentro de bolsas de tela o papel. Lamentablemente, esto implica tiempo: para preparar la comida, para acomodar la comida dentro de los recipientes, para lavar estos últimos al final. Y tiempo es algo que no tenemos en nuestro actual estilo de vida. Sin embargo, todas las personas de más de cincuenta años que me platican sobre su infancia coinciden: antes no había plástico tirado en las calles.
Cambiemos el tono del discurso. Soy el primero en decir que los tiempos pasados no eran mejores: actualmente se tienen muchas comodidades y ventajas que antes no. Que tenemos menos tiempo para hacer nosotros todo lo necesario para nuestra vida, es cierto. Pero también es cierto que, teniendo trabajo, podemos concentrarnos en hacer aquello para lo que nos pagan. Y todos sabemos que la especialización de las personas eleva la calidad del trabajo. Así, es mejor que todos hagamos el trabajo para el cual nos hemos especializado. La basura es un mal necesario.
Y un claro beneficio de la basura es que genera empleos: los del barrendero, el recolector, el pepenador y varios choferes entre ellos. Que estén mal pagados es un problema de distribución de la riqueza, de discriminación social. Pero en una sociedad donde las crisis económicas se presentan con la misma frecuencia que los desastres naturales, generar empleos es una ventaja.
Lo que está mal es el autoengaño. Pensar en que solamente haciendo bien mi trabajo todo estará bien, es un autoengaño. El trabajo especializado es necesario; pero en una sociedad tan compleja como la nuestra, donde diariamente conviven personas con conocimientos totalmente dispares, es necesario que todos puedan ver el conjunto. Citando a Shakespeare, los árboles deben permitir que veamos el bosque.
No conozco un sistema educativo que durante veinte años promueva esto. El que conozco nos lleva de conocimientos básicos a conocimientos especializados, sin permitir detenernos en los conocimientos necesarios aunque polémicos: ética, política, o el propio ambiente. Los únicos que conocen de esto son los respectivos especialistas, quienes por su parte, siguen sin ver el bosque.
Escrito el 20 de Septiembre de 2014.

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